Rebajas, Rebajs, Rebajas....
A través de anuncios, ofertas y promociones, a través de la publicidad se llegan a crear determinadas necesidades en el consumidor bajo la premisa de que lo material da la felicidad. Es así como la compra compulsiva irrumpe en navidad y favorece la adquisición de productos u objetos que, en muchos casos, apenas unos meses después acabarán en el fondo del armario o en el cubo de la basura. En este sentido en Navidad, el deseo de comprar se desencadena porque una parte de las fiestas está enfocada desde el punto de vista del consumo, lo que lleva a realizar compras innecesarias que de otra forma no se harían.
Los expertos aseguran que esta tendencia está también relacionada con la propia inseguridad del consumidor, en ocasiones dominado por el afán de convertirse en el más guapo o el mejor vestido, a la vez que se esfuerza por demostrar su poder adquisitivo o mantener su posición en el círculo de amigos. En una sociedad donde se realza tanto la estética, se considera imprescindible ser el "más guapo".
Los publicistas se defienden y rechazan las críticas. Argumentan que su trabajo está dirigido a hacer más cómoda la vida del consumidor, quien a veces necesita que le “recuerden” las ventajas de determinadas compras. “Marketing no es sinónimo de engaño, sino una disciplina con la que se pretende fomentar el consumo y crear atracción sobre el producto”, dicen los expertos.
Consecuencias
En el caso de los niños, el problema es aún mayor cuando el pequeño se convierte en el único de sus compañeros que no viste una determinada marca o que no tiene el último disco de su cantante preferido. Es entonces cuando se crean muchos sentimientos de frustración individual y se enseña, desde edades muy tempranas, a seguir una tendencia consumista. Los niños no quieren unas zapatillas que no sean de marca porque todos sus compañeros las tienen de marca.
Según un informe publicado por el Worldwatch Institute bajo el epígrafe “La situación del mundo 2004”, el impulso consumista se genera para dar respuesta a una necesidad ante un estímulo constante, lo que supone que buena parte de los gastos no están justificados, sino que, en realidad, contribuyen a crear problemas como la obesidad o el endeudamiento. Se deberían fomentar más valores como la amistad.
Por lo general, las mujeres tienen más tendencia a gastar que los hombres, aunque la necesidad de controlar los impulsos consumistas resulta imprescindible en ambos casos. Y es que el marketing y la publicidad suelen ser creadores de tendencias a las que se suman una gran mayoría que no distingue entre sexos.
Además, al ir de compras conviene llevar una lista de los artículos que queremos adquirir y se recomienda evitar comprar en momentos de euforia o desánimo, ya que determinadas situaciones psicológicas favorecen la compra irracional.
También es importante ser consciente de que la reducción en el precio de algunos productos no conlleva la reducción en el precio de todos, no dejarse llevar por las tentaciones, controlar lo que se gasta –se puede utilizar una calculadora para sumar cada nuevo producto que cae en el carro– y no sentir vergüenza por salir sin comprar nada.
En el caso de los juguetes, una buena medida es la adquisición de artículos que no contengan pilas ni requieran el uso de electricidad, y, si esto resulta imposible, habrá que asegurarse de apagar los juguetes cuando no sean utilizados por los pequeños o controlar el tiempo que pasan “enchufados”.
Las compras compulsivas como patología
El ansia por comprar puede jugarnos malas pasadas. Lo que empieza siendo un placer se convierte en una auténtica pesadilla cuando se hace compulsiva y nos lleva a endeudarnos. Para conseguir paliar sus devastadoras consecuencias, se impone un cambio de hábitos. Un cambio de los comportamientos habituales que van más allá de una mera declaración de intenciones.
No sabemos en qué se nos va el dinero. Llenamos los armarios de compras inútiles que no utilizamos. Hacemos compras de las que luego nos arrepentimos. Recibimos el extracto de la tarjeta de crédito y nos asustamos con el volumen de gasto que hemos generado. Es cuando comenzamos a tomar conciencia de las dificultades. No podemos recordar dónde y cuándo hicimos el gasto... Éstas son algunas señales de alarma que nos indican que gastamos demasiado. Aunque en nuestra sociedad actual el comprar por el placer de comprar es algo habitual, los psicólogos coinciden en afirmar que se trata de una patología que muchas veces esconde desórdenes del comportamiento: una personalidad caprichosa, baja autoestima, ansiedad, deseos de ser admirados, envidiados y deseados, de mejorar socialmente.Según el Informe Europeo sobre adicción al Consumo, una tercera parte de los ciudadanos de la UE tiene serios problemas de autocontrol y entre el 1 y el 5 por ciento, son adictos a las compras. Lo que en un principio parece ser un acto voluntario y sin consecuencias graves, puede crear situaciones conflictivas: endeudamiento, ruptura del equilibrio personal y familiar, crisis de pánico. E incluso, llegar aún más lejos, si quedamos atrapados en esta conducta repetitiva y terminamos creando una auténtica adicción. La mayoría de las veces se debe simplemente a hábitos que hemos aprendido y que también podemos aprender a modificar para poder vivir de una manera que nos permita gastar nuestro dinero de una forma sensata.
Este cambio de hábitos pasa, en primer lugar, por buscar conductas alternativas. Si, por ejemplo, nos hemos acostumbrado a pasar las tardes mirando tiendas de ropa por huir de la soledad o combatir el aburrimiento, una solución sería apuntarse a un curso o practicar algún deporte.También es importante marcarse objetivos intermedios y realistas. De nada sirve decir: “No vuelvo a entrar en una tienda”. Si estamos acostumbrados a gastar medio sueldo en ropa todos los meses, poner un límite razonable a nuestro presupuesto en ese apartado. Disfrutaremos más y mejor con las compras realizadas. Ayuda igualmente, no dejarse llevar por el impulso del momento: si vemos un objeto que nos gusta, no comprarlo en el acto. Darnos unos días y si nos interesa de verdad, volver a comprarlo. Los consumidores suelen comprobar que una vez fuera del establecimiento, han olvidado su deseo de comprar. El uso de un talón que facilita mucho el pago y a veces evita el goteo que se genera cuando se lleva dinero en efectivo en el bolsillo, se debe procurar, en la medida de lo posible, no pagar siempre con la tarjeta de crédito. Uno de los peligros de la tarjeta es que provoca un oscurecimiento del gasto y lleva a la falta de recuerdo de la compra.
Tambien se ha posido demostrar como el aprendizaje de técnicas de autocontrol mejora ostensiblemente la respuesta ante estos impulsos irrefrenables. La pareja o amigos pueden servir también de apoyo o ayuda para salir adelante, primero tomando conciencia del problema y posteriormente poniendose en manos de un buen especialista.